31 de diciembre de 2007

Feliz Año Nuevo

Les deseo a todos un gran año 2008. Que el nuevo calendario los colme de sonrisas, sonrisas y más sonrisas. Paz y amor para las familias. Éxitos personales. Salud. Dinero y más fe en Dios y en nosotros mismos. Feliz año nuevo. Salud!!!!!

30 de diciembre de 2007

Una nueva vida


Está harta de levantarse todos los días con el sonido chirriante de un despertador viejo y destartalado que es el único adorno de su velador. Hay que ir a trabajar otra vez en esa oficina desordenada y fría, llena de papeles en el piso y en el escritorio y en la que a nadie le gusta entrar. Estela es joven y se vería hermosa si quisiera, pero la rutina la ha devorado entera y solo quedan restos de la chica que le gustaba demasiado al conserje y al presidente del directorio de la empresa de cosméticos en la que labora. Hastiada, no se baña, no desayuna, no se arregla, tan solo se pone el mismo uniforme plomo que la hace ver más tétrica aun, doblega a un par de mechas rebelde, coge diez soles y sale rauda, tirando la puerta. En casa, sus padres se quedaron con las ganas de decirle buenos días. Como siempre.

En la calle, Estela mira a todos con cara de pocos amigos. Jamás una sonrisa y menos un por favor. Prácticamente le tira las monedas al cobrador del micro y entra empujando a todos en el edificio que siente como una cárcel. Llena de cólera convertida en hostil silencio, se sienta en su maldito escritorio y prende por enésima vez la desgraciada computadora que, para colmo, no tiene Internet. Lo mismo de siempre: pasar mail tras mail pidiendo cotizaciones, requiriendo material para los vendedores, cuadrando cuentas. Todo igual que ayer y el mes pasado. Igual que el año anterior y lo mismo que hace cinco años. Lo único distinto es su rostro. Parece que de golpe cada día envejece un año. Amargada, desolada, insípida. Estela se ha convertido en un mueble más de esa oficina a la que nadie quiere entrar.

Se pasa el día mirando mal a la gente hasta que dan las siete de la noche y se larga, tirando la puerta, fiel a su estilo. Presurosa, no se percata que en la puerta de su cárcel había una niña de ropas raídas y carita sucia, con unos boletos de lotería en una mano y una bolsa de caramelos de a 20 céntimos cada uno en la otra. La vida no tiene sentido, piensa Estela. Para qué trabajar tanto en esa mierda de empresa si nunca asciendo, si no me aumentan el sueldo y con lo que me pagan solo me alcanza para sobrevivir; y, para colmo -sigue pensando-, hay seres como esta niña que no tiene culpa de nada y pagan cuentas de otros.

Masticando su cólera, Estela decide comprarle un caramelo, mejor dos, mejor dos caramelos y un billete de lotería, mejor dos billetes de lotería y un paquete de galletas que venden en el kiosko de al lado. Si me gano el premio, te prometo que te compraré ropa nueva y te daré mucha comida, le dice a la niña sin preguntarle siquiera como se llama. Igual la niña sintió algo de calor en esa noche fría de Lima, sintió candidez en esa mirada horrible de Estela, quien de tanto fruncir el seño ya no puede expresar ternura con su rostro. Los músculos de su cara se han acostumbrado a la dureza.

Estela, con toda su asquerosa rutina espera un par de días y el viernes a las diez en punto de la noche prende su televisor para ver el sorteo de la lotería. No cree en la suerte. Ya no cree en nada, por eso tiene el billete en la mano sujetándolo solo por instinto. Encerrada en su cuarto, más desordenado que su oficina, tirada en su cama, escucha, se resiste a ver la tele, solo mira al techo. A mí no me pueden pasar cosas buenas, se repite en silencio, como si le gustase taladrarse el alma ella misma con un arma punzocortante. Y empiezan a saltar las bolitas que ella no ve. Veinticinco. Sí, va uno, dice incrédula. Dieciocho. ¿Qué raro? Otro más. Van dos. Treintaidós. ¡No puede ser! Grita y pega los ojos en la pantalla. Ocho. Sí, carajo. Vamos, quince, por favor, quince. Primera vez en muchos años que decía por favor y primera vez en muchos años que su rostro no reflejaba amargura. Ahora su cara era la de una mujer con esperanza. Quince. Quince, quince, quince. ¡Mamá! ¡Papá! Me saqué la lotería. Y ríe, ríe, ríe tanto que sus padres se asustan. Primera vez en muchos años que les dirigía la palabra como debe ser. Y primera vez en muchos años que reía.

Dicen que el dinero no hace la felicidad, pero para Estela esa máxima es una verdadera tontería. Ahora es feliz, como nunca antes. Son las diez y quince de la noche. No le importa la hora, se peina y maquilla y se despide, como nunca, de sus padres y sale corriendo de la casa, como nunca, sin tirar la puerta. Va en busca de la niña sin nombre que le había vendido el billete de lotería. Sube a un taxi y pide que por favor la lleven a la empresa donde trabaja. Durante el corto viaje solo ríe y tiene unos deseos incontrolables de abrazar a esa niña. Distingue a lo lejos el edificio de la empresa de cosméticos, pero a medida que se acerca unas luces rojas oscilantes la inquietan. Le paga al taxista y se baja corriendo. Le pide a varios policías que por favor la dejen cruzar la calle para ir al edifcio que ya no le parece una cárcel. Sabía que al pie de la puerta debía estar la niña. Estela no entiende por qué tanto alboroto, por qué hay policías y por qué unas personas vestidas de blanco están paradas frente a la puerta del edificio, todas juntas, tapando con una frazada algo que no llega a distinguir.

Ansiosa, Estela pregunta a uno de los agentes qué sucede y este le cuenta en pocas palabras que una combi asesina se salió de la pista y mató de golpe a una niña que estaba vendiendo billetes de lotería, que la aprisionó contra la puerta del edificio y que varios indolentes se llevaron decenas de billetes de lotería que quedaron desperdigados por la calle tras el impacto. Estela queda pasmada. No tiene lágrimas, pero sí un dolor inmenso. La cólera la invade. La rabia. Otra vez nada tiene sentido. La vida es muerte, piensa. Carajo, por qué, yo la quería hacer feliz, se dice en silencio a sí misma. De pronto, una mujer desconsolada la empuja. Estela ya no tiene nada que preguntar, sabe por instinto que esa mujer es la madre de la niña. La sujeta del brazo y le dice, sin lágrimas, que quería mucho a su hija y que va a correr con todos los gastos del velorio y el entierro, y que, en honor a su niña, le dará una herencia. Rápidamente pide un lapicero y un papel a un policía, escribe su número telefónico y se lo da a la adolorida señora. Estela ha decidido de golpe darle todo el premio a la familia de la niña. La señora recibe el papel y Estela vuelve a casa, triste, muy triste. Al llegar, entra, no saluda y tira la puerta. Sus padres, otra vez, no entienden nada. Ella, quebrada, se encierra en su cuarto y una lágrima, por fin, recorre su rostro.

Durante la noche no puede dormir y el sonido chirriante del viejo despertador le es indiferente. Comienza su rutina de siempre, pero con los ojos hinchados de tanto llorar. Se levanta con desgano y de pronto suena el teléfono. La madre de la niña está al otro lado de la línea. Le cuenta que su hija se llamba Estela y la Estela viva decide, al instante, vivir por la inocente que murió. Quedan para verse y tratar el tema del premio y al colgar el teléfono una sonrisa asoma tímida en la cara de Estela, quien corre a buscar su lapiz de labio. La vida no es muerte, piensa, ya no.

23 de diciembre de 2007

Feliz Navidad

Estamos prácticamente en vísperas de Navidad, la fecha más linda del año, la de los recuerdos imborrables y la de los más lindos sentimientos. La de la esperanza y el perdón, la de la reconciliación y los detalles. La de los niños y la de aquellos que conservan por lo menos en algún rincón de su espíritu la inocencia de la niñez. La de la familia unida sin importar distancias. La del ser querido que ya no estará en la cena, pero que ocupa un lugar principal en nuestro corazón. La del abrazo. La de Dios. Es momento de dejarnos llevar por la magia de la bondad. Feliz Navidad a todos y que el próximo año colme sus vidas y las de los suyos de bendiciones. Les deseo 365 días de Navidad. A todos.

Nunca olvidaré esta melodía que seguramente habrán escuchado más de una vez pero que igual quiero compartir con ustedes hoy. Hagan click en el video de abajo y la oirán. La escuchábamos siempre por esta época con mi hermana Paola, mi mamá Fela y mi papá Lucho cuando yo aún era un niño. Salía de un disco de 45 revoluciones, de esos antiguos de carbón que tenían lado A y lado B y que poníamos en la vieja radiola que hoy ya no tenemos. No sé dónde estará ese disco de José Feliciano, pero esa música la tengo tatuada en el alma y hoy se la canto a mi esposa Carolina y a mi hijo André mientras terminamos de colocar las guirnaldas en el árbol. Les deseo a todos Feliz Navidad y que celebren en paz y armonía el cumpleaños de Jesús. ¡¡¡¡Feliz Navidad!!!!

Lucho

21 de diciembre de 2007

La mirada de 'Jeffry'

Hace un par de meses, creo, tuve un silencio bloguero de dos semanas, pero ahora creo que batí el récord: un mes sin postear. Es demasiado tiempo. Mucha agua corrió bajo el puente en estas cuatro semanas, amenizadas con las denuncias de El Francotirador que desenmascararon a los juergueros de la selección peruana de fútbol que mancharon la sagrada blanquirroja con conductas divorciadas de la corrección en plena época de competencia premundialista.

Molesto, asqueado, decepcionado. Podría seguir enumerando hasta mañana mis agrios estados de ánimo con respecto al desbande de trago y mujeres que tuvieron el desatino de cometer Claudio Pizarro, Santiago Acasiete, Andrés Mendoza y Jefferson Farfán, todo en medio de dos partidos de la Eliminatoria (ante Brasil en Lima y versus Ecuador en Quito) y en lo que se suponía era la concentración del equipo, un ya archiconocido y lujoso hotel limeño. Ellos fueron mencionados con nombre propio en los programas de Jaime Bayly, pero Dios sabe cuántos jugadores más habrán pecado esa noche de noviembre. Así el 5-1 que nos metió Ecuador duele más.

Todo esto me hace recordar a un lacónico jugador de la selección de menores de edad que se preparaba para disputar los Juegos Bolivarianos de Ambato, Ecuador, en el 2001. Ese equipo era dirigido por 'Chalaca' Gonzales y concentraba en la Videna. Mi misión era sacar una tarde de la concentración a este jugador, claro que con permiso del entranador, para tomarle unas fotos que serían publicadas en El Comercio, en un especial previo a los juegos. 'Chalaca' accedió y me llevé a ese moreno y joven delantero en un taxi hasta el Parque Olímpico de San Borja para juntarlo con el karateca Akio Tamashiro y varios otros deportistas que representarían al Perú en la cita polideportiva ecuatoriana.

Yo me senté adelante, en ese viejo Volkswagen escarabajo rojo, y él, atrás, con las piernas bien abiertas y los brazos extendidos sobre el asiento, orondo, recontra relajado. Intenté conversar con el muchachón, pero sus respuestas siempre eran monosilábicas y, cada vez que su garganta producía algún sonido, su rostro miraba siempre a cualquiera de las dos ventanillas que lo redeaban. Entonces decidí callarme para no pedirle más peras al olmo. En eso, poco antes de llegar a nuestro destino, el susodicho habló por fin más de dos palabras juntas. Y dijo: "Oe, esa chica que vino la vez pasada del Comercio, cómo se llama??? Ta' rica, bien rica".

Tratando de disimular mi sorpresa, le respondí. Le dije el nombre de mi compañera de trabajo y también le dije que ella era enamorada de otro periodista que trabajaba en deportes, también en El Comercio. Apenas me escuchó, puso cara larga, literalmente gruñó, soltó un disimulado chessssssssumare y espetó: "No importa, pe'. Dile que venga de nuevo a la Videna". Y lo dijo mientras sus ojos miraban al vacío y salivaban como imaginando a esa redactora cuyo nombre, lógicamente, guardaré en reserva. Ese muchacho que salió campeón en Ambato al lado del por entonces suplente Paolo Guerrero, era Jefferson Farfán. Ahora entiendo esa mirada lujuriosa, más que la entendible y normal mirada de un joven movido por sus hormonas. Debió ser la misma mirada con la que el delantero del PSV holandés habrá examinado a las chicas que metió en su cuarto del Hotel El Golf, mujeres que, claro, no tienen punto de comparación moral con mi ex compañera de trabajo, y con las que, aparentemente, chupó cantidades industriales de chela y quién sabe qué licores más.

Ahora 'Jeffry' es el campeón de la juerga y nos debe cantidades industriales de goles, igual que el 'eléctrico' Mendoza y Pizarro, en quien, ya saben, nunca deposité mi confianza, deportivamente hablando. 'Pizza' se me terminó de caer. Siento alivio al pensar que ya no veremos más a Claudio con la chompa de la selección. ¿Y Acasiete? Qué mal, Santi, por qué la fregaste tan tontamente si de este grupo de desbande eras el único que la estaba rompiendo en la cancha con la blanquirroja.

Eso sin contar que, la verdad, no le creo a Paolo Guerrero cuando dice que no se escapó de la concentración antes del partido con Brasil. Y pensar que él era la garra y el alma de la selección. Parece que ahora ese calificativo solo le queda al 'Loquito' Vargas.

Qué lástima, realmente. Decepción total. Igual mal Chemo, por apañador.

Mejor nos reímos un rato con El Especial del Humor de Carlos Álvarez y Jorge Benavides. Trataron chévere este tema. Genial parodia del desenfreno y de la 'venganza' de Uribe, el ex DT de la selección (¿se acuerdan de su salidita en Japón?). Mejor nos reímos y nos dejamos de hacer bilis.

Parte I


Parte II


Parte III

21 de noviembre de 2007

Sin palabras


Ecuador 5 - Perú 1

Nos llenaron la canasta. Qué desastre. Qué vergüenza. Deben irse Pizarro, Chemo, Burga, Juvenal. Pero ya. Un verdadero día de miércoles.

20 de noviembre de 2007

¿No les provoca?

Este es uno de los platillos más ricos de la cocina peruana. Tengo hambre, por eso es que me animé a saciar mis ansias de llenar la panza, viendo y posteando esta suculenta foto. Se trata del famosísimo Cabrito a la Norteña: con cabrito, arroz, frijoles y cebollita. Hummm... Qué rico. ¿No les provoca? Buen provecho.

18 de noviembre de 2007

Un loco tenía que ser

Resultado: Perú 1 - Brasil 1. Después de haber visto el partido puedo decir que Perú se salvó de una caída, que, a decir verdad, no iba a ser humillante. Nos salvamos de una derrota porque Brasil solo llegó a poner segunda en su caja de cambios y porque felizmente ese cabezazo de Juan dio en el palo en el minuto final del partido.

Aunque digan que en casa siempre se debe ganar y que ellos tienen dos brazos y dos piernas igual que nosotros, no se puede pecar de ingenuo y no darse cuenta que estábamos frente a la selección más cara del planeta y ante unos tipos que, como a Kaká en el gol que le metió al buen Penny, solo necesitan un par de segundos para fabricar una jugada mortífera.

Bien Penny. Recontra bien el Loco Juan Vargas con su golazo. Bien Salas. Bien Chorri. Bien Acasiete. La blanquirroja jugó con garra ante un gigante. Hizo lo que pudo técnicamente hablando. Igual te quiero, Perú. No decepcionaste. Pero hay que ser claros: Brasil no piso del todo el acelerador. Creo. Mal Pizarro, como siempre. Y ese ahogamiento que sufrió Guerrero a nivel del mar preocupa sobremanera.

¿Ganamos un punto o perdimos dos?

Ecuador, goleado, nos espera.

PD para Vargas:
Qué lindo ser un loco como tú, Juan Manuel. Hablando italiano cada vez mejor y conteniendo la mano para no meterle un lapo al pelao que te sacó tarjeta amarilla por saludar a tu mamá tras el golazo que le metiste a Brasil en el Monumental de donde saliste al fútbol del primer mundo. Qué lindo ser un loco como tú, jodiendo a todos en la selección y metiendo puntazos con destino de red, como ese en el amistoso con Bolivia y el de hoy que Lúcio desvió sin querer queriendo hasta el fondo de su arco. Qué lindo ser un loco como tú, que pones huevos y mejor técnica en la cancha para ganarle cada vez más a Guerrero el honor de ser el alma y el temperamento de la selección peruana. Qué lindo ser un loco como tú, un niño grande que piensa en grande y se mide de igual a igual con los grandes, que encaras, te la juegas, arremetes, sin miedo, sin complejos. Piconazo. Qué lindo ser un loco como tú, al que ni la afeitada que te dio Robinho con su chimpún derecho bajó tus revoluciones. Qué lindo ser un loco como tú. Extrañaré verte por tele en la cancha del Atahualpa de Quito. Por favor, Varguitas, nunca vayas al psicólogo y menos al psiquiatra.

Acá tu golazo a Brasil, Loco


Sé que Brasil es Brasil, pero aquí, Loquito, un recuerdo del golazo que le metiste a Bolivia justo antes de empezar las Eliminatorias Sudáfrica 2010.


Acá cuando metiste tu primer gol con el Catania en el Calcio italiano.


Y, finalmente, cuando marcaste un gol maradoniano con el Colón de Santa Fé de Argentina.


Gracias, Loco.

David vs. Goliat

En estos momentos mi querido Perú está jugando con el poderoso Brasil por la tercera fecha de las Eliminatorias al Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010. Sobre el papel, el 'Scratch', pentacampeón del mundo, es el súper favorito con Ronaldinho, Kaká y Robinho en la cancha. Pero en el corazón la confianza es grande en Vargas, Farfán y Guerrero. Y, sí, nuevamente en Pizarro también. ¡Vamos, Perú, carajo!

12 de noviembre de 2007

Mala suerte

Hace una semana pasé por Metro con André, su muñeco del papá de Los Increíbles, su chompa del Hombre Araña y su carro amarillo recontra anatómico con el que va por las calles impulsándose con las piernas y atropellando hormigas. Esa es nuestra rutina de todos los jueves, día en el que descanso del periódico (o que el periódico descanse de mí, no sé), pero esa vez algo más fuerte que yo -llámelo presentimiento si quiere- hizo que me detenga de golpe frente al puesto de La Tinka que está a la entradita nomás del concurrido supermercado de Limatambo.

André se detuvo también, así que no había nada que me impidiera probar suerte, total ganar 1'400.000 soles no es poca cosa. Aunque el dinero no compra la felicidad, si hubiera esa cantidad en mi cuenta de ahorros, definitivamente tendría arreglada buena parte de la vida, la mía y la de mi familia.

Así que me dejé tentar y opté por la oferta de cuatro tinkas por 10 soles. Escogí rápidamente mis cuatro juegos de seis números cada uno, miré al techo de la tienda buscando una ayudita divina y le entregué a la señorita encargada de cambiarme la vida mi humilde billetito de 10 luquitas contantes y no sonantes.

Ni bien mi ocasional ada madrina made in Perú me entregó el ticket con los cuatro juegos de loteria electrónica, André, toda su encantadora e infantil parafernalia y yo emprendimos nuevamente nuestro camino hacia los juegos mecánicos que están en el segundo piso. Carol nos esperaba en casa con la comida, así que había que hacerlo rápido, pero en ese momento en lo único en que yo pensaba era en la cuenta regresiva que terminaría el domingo a las 11 de la noche, cuando den el sorteo por televisión.

Y llegó el domingo y a las 11 de la noche estaba en el taxi rumbo a mi casa después de una agotadora jornada laboral. Así que tuve que resignarme a ver los resultados publicados al día siguiente en el suplemento deportivo de "El Comercio", justamente en el que escribo. Durante la noche ningún sueño me anunció fortuna alguna.

Ya de mañana, en el periódico, miré lentamente cada número impreso en el suplemento deportivo y cada uno de mis juegos. Malas noticias. No coinciden. Ni siquiera se acercan. Nada de nada. La suerte una vez más no me acompañó. Para la próxima será. Mientras tanto seguiré pensando qué voy a hacer con tanta plata.

11 de noviembre de 2007

A principios de los 80

Era verano y, como todas las tardes de verano, el cielo de Lima se había teñido de rojo. Por el recuerdo de ese ocaso cegador estoy casi seguro de que el roche lo debo haber pasado a las 6 p.m. más o menos. En la vieja radiola de la casa de San Borja, aquella de tres cuartos que sirvió de marco para mis días infantiles y adolescentes, sonaba un long play de Menudo y yo, más ochentero que nunca, movía los brazos para arriba y para abajo al ritmo de Claridad, mirando el rojo del cielo, alucinando que estaba en un estadio lleno de gente que moría por mi. Pero el único que me miraba era mi amigo Christian a través de la ventanita de la puerta de la sala. Creo que me miró bailar como Menudo durante toda la canción y solo al final lanzó una risa timidona que me volvió a la realidad.

Entonces debo haber tenido unos diez años y hacía pocos meses que Polonia nos había metido una tanda de 5-1 en el Mundial de España 82. La música de Menudo marcó época y a toda una generación, a mi generación. El programa "El Club de Menudo", que diariamente daban en la tele, nos hacía olvidar la eliminación del Mundial. Qué tiempos aquellos.

El concepto de que solo las niñas morían por ellos era realmente absurdo. La mayoría de niños también escuchábamos a Johnny, Ricky, Miguel, René y Xavier, esos cinco portorriqueños que desataron la locura en toda Latinoamérica. Pero creo que Christian no. Lo suyo era solo jugar pelota y más pelota en la pista. De ahí no pasaba. Yo, que siempre fui malo para el fútbol, fulbito y cualquier otra modalidad deportiva que se juegue con los pies, me atrevía casi todas las tardes a rasparme las piernas en esa pista interminable persiguiendo el balón, pero más me atrevía a bailar como un Menudo sin melena para un estadio invisible. De una cosa estoy seguro: más ridículo hacía en la pista, en los partido con arcos de ladrillo. Me sabía casi todos los pasos de Menudo. En eso nadie me ganaba. ¿Ustedes se acuerdan de esos pasitos laterales y para atrás, de esos movimientos de brazos para arriba y para abajo frente al pecho, de "Súbete a mi moto", "Claridad", "Quiero ser", "Fuego" y tantos otros éxitos?

Si crecieron en los años ochenta y hoy son treintañeros como yo, entonces estos añejos videítos de principios de esa década (perdonen la mala calidad de algunos de ellos) hará que revivan la época más linda de la vida. También hay un par de videos de hace un par de años, cuando Menudo vivió su reencuentro. Creo sinceramente que la música de este grupo jamás se olvidará.

A volar (Estadio de Alianza Lima, 1983)



Rock en la TV (Estadio Nacional de Lima, 1982)



Claridad (en México, 1983)



Súbete a mi moto



Fuego



Dulces besos (videoclip, 1982)



Quiero ser



Mi banda toca rock (Reencuentro, 2005)



A volar (más Reencuentro, 2005)

9 de noviembre de 2007

Señor, en Ti confío


Salmo 25

"Señor, a ti dirijo mi oración; mi Dios, en ti confío" (v.1)

"Señor, muéstrame tus caminos; guíame por tus senderos; guíame, encamíname en tu verdad, pues Tú eres mi Dios y Salvador. ¡En Ti confío a todas horas!" (v. 4-5)

"El Señor es bueno y justo; Él corrige la conducta de los pecadores y guía por su camino a los humildes; los instruye en la justicia. Él siempre procede con amor y fidelidad, con los que cumplen su pacto y sus mandamientos." (v. 8-10)

"Señor, es grande mi maldad; perdóname... ten compasión de mi" (v.11,16)

En el nombre de Jesús, cuya luz se impone a toda oscuridad y a toda cólera, rabia, impotencia y pena. Señor, en Ti confío, como David.

Cólera contenida

Tengo rabia e impotencia, pero no se asusten. No me pregunten el por qué de esta tormenta. No quiero decir la razón de mi cólera porque de solo mencionarlo me da más rabia. ¿A veces la vida es injusta o es que yo no me ubico bien? En fin. Tengo esta espina clavada desde hace un par de meses. Sangro, pero no lo doy a notar. Pero a veces siento que el torrente rojo se va a rebalsar. Todo bien con mi familia, gracias a Dios. Eso no es. Tampoco se trata de mi salud. Pero no crean que esta carga me pesa las 24 horas del día. No. Solo cuando lo recuerdo o cuando me lo recuerda el causante de mi cólera, de mi preocupación y de mi pena. Y al toque me calmo porque en Él confío, en Aquel que siempre me cuidó. Sé que ahora también va a cuidar a los míos (sé que cuidará de mi madre en su delicada operación a la columna). Me enseñaron a no odiar. Y no odio. Sé que Él siempre provee. Solo tengo fe en que hay una justicia divina.

5 de noviembre de 2007

Guerrero: "Pongan huevos"

Letal y contundente. Paolo Guerrero, delantero estrella del Hamburgo y la única, repito, la única esperanza de gol de la selección peruana para los inminentes partidos ante Brasil y Ecuador por las Eliminatorias (claro, si es que la FIFA no nos desafilia antes por culpa de Manuel Burga, el ultrapolémico presidente de la federación), habló fuerte y claro desde el puerto alemán para las cámaras de "Panorama". Diparó sin piedad y sin tapujos, igual que lo hace siempre frente al arco contrario.

Dijo que en la selección hay jugadores que con la blanquirroja no reflejan el nivel que lucen con sus clubes en las principales ligas del mundo, que no ponen huevos en la cancha cuando la franja roja les cruza el pecho. Ufff... qué fuerte. Él, que las pelea todas, tiene autoridad para decirlo. ¿Escuchaste Pizarro? ¿Escucharon todos?

4 de noviembre de 2007

Un regalito para Chávez

Hace un par de días, de pasadita nomás, entré a la tienda Metro del centro de Lima y me detuve, como siempre, frente a los escaparates de libros para leer y releer los títulos y las contracarátulas de aquellos títulos que me llaman la atención. Así, paseando mis ojos por un enjambre de libros de autoayuda, ediciones de García Márquez para bolsillos flacos y una que otra portada de terror de Stephen King, encontré una carátula que me jaló como si fuera un imán y yo, un debilucho y oxidado clavo.

Se trataba del libro titulado "Bolívar, Libertador y Enemigo N°1 del Perú" de Herbert Morote y editado por Jaime Campodónico. No tengo el gusto de conocer personalmente a Morote, pero lo conozco más recientemente por la denuncia de plagio que hizo pública a mediados del año pasado contra Alfredo Bryce Echenique, autor de "Un Mundo para Julius", y más antiguamente por su fama de historiador y ensayista radicado en España, desde donde de vez en cuando manda uno que otro dardo literario-socio-histórico.

Con solo leer ese título quedé petrificado e intrigado, y sentí la automática necesidad de leer lo que había en la contratapa. Y lo que leí generó un sismo de grado 8 en mi imaginario personal de lo que es la historia del Perú o de al menos una parte de ella. Leí que el venezolano Bolívar, luego de derrotar a los realistas españoles, hizo lo que quiso con el Perú. Que no tuvo escrúpulos en desmembrar nuestro territorio, que deportó a Luna Pizarro por ser contrario a sus modales dictatoriales, que metió en prisión al Almirante Guisse, cabeza de la armada. Que menospreciaba e insultaba a los indígenas, que repuso el tributo que los hombres y mujeres del Ande pagaban durante la Colonia. Que restituyó la esclavitud que su contraparte José de San Martín quiso borrar del mapa y que mandó fusilar a todo aquel que se oponía a sus radicales determinaciones.

Confieso que no compré el libro porque, como ya se saben, soy de bolsillo flaco, y, si mal no recuerdo, el sticker con el precio marcaba poco más de 20 soles. Pero, aún sin leer la obra, esos párrafos de la contracarátula fueron suficientes para remecer seriamente la imagen que tenía del ¿buen? Simón.

No pude (h)ojear las páginas por culpa de una odiosa bolsita anti fizgones sin plata. Pero, a la par que devolvía el libro al escaparate, pensaba que esta obra de Morote sería un excelente regalo de Navidad para el gorila que canta rancheras. El mismo que quiere implantar un gobierno socialista en Venezuela y que enarbola el nombre de Bolívar como sinónimo de unificación latinoamericana y de justicia social, pero que cada vez tiene más opositores entre los ciudadanos de a pie en el país del estadounidentísimo béisbol y de las reinas de belleza, que cada vez abre más heridas en los medios de comunicación llaneros y más antipatías en el resto del mundo por sus gestos autoritarios e irrespetuosos y que cada vez genera más envidia insana por culpa de sus petrodólares.

¿Qué diría Hugo Chávez si un día despierta con el libro de Morote al pie de su cama?

2 de noviembre de 2007

Arde Mesa Redonda (otra vez)

Son las 6:45 de la tarde en Lima y desde hace tres horas arde una gigantesca galería comercial ubicada en Mesa Redonda, en el centro de la capital, la misma zona que hace seis años fue escenario de un terrible siniestro que se llevó más de 500 vidas humanas, pese a que los reportes oficiales indicaron un número bastante menor de víctimas. En el siniestro de hoy hasta el momento no se han reportado fallecidos a causa de las llamas, pero sí casos de comerciantes, transeúntes y bomberos con síntomas de asfixia.

El tránsito ha sido cortado en la avenida Abancay, colindante con la zona del incendio, y decenas de unidades de bomberos se encuentran trabajando en la zona. Sedapal, la compañía de agua potable de Lima, ha informado que se está ejerciendo mayor presión del liquido elemento hacia el sitio del incendio para que los bomberos puedan combatir las llamas haciendo uso de sus mangueras.

Varios comerciantes se niegan a salir de la galería afectada, llamada Geraldine, y de las contiguas, especialmente la conocida como Mercado Central, debido a que no quieren abandonar sus mercaderías. La mayoría de televisoras locales transmiten en directo todo lo relacionado con el incendio. Un fiscal provincial que se apersonó a la galería Geraldine ha adelantado que el siniestro se habría originado por un cortocircuito en el sótano del edificio.

Mientras escribo estas líneas a modo de despacho de último minuto, no puedo evitar recordar las imágenes de cientos de cadávares calcinados que enlutaron las fiestas de fin de año del 2001. Todos los limeños, y en general todos los peruanos, todavía no nos recuperamos del trauma de Mesa Redonda, pero lamentablemente aún muchas personas no entienden el valor de la vida y prefieren las mercaderías a su propia existencia. Hace seis años las causas de la muerte fueron los juegos pirotécnicos que reventaron en cadena, hoy la muerte pudo haber venido de juguetes de plástico amontonados sin orden.

La verdad, no puedo entender cómo hace seis años a algunos comerciantes no les importó poner en riesgo su propia vida y la de los suyos, además de las de los transeúntes, al manipular los llamados 'cohetes' en plena vía pública. Y menos puedo entender a esos comerciantes de hoy que en los últimos pisos de las galerías comprometidas prefieren poner a buen recaudo sus mercaderías que alejarse de la zona del siniestro, tal como se aprecia en las imágenes de televisión.

Pero lo más increible es que las autoridades gubernamentales y municipales no aplican mano dura para evitar que estos sitios de hacinamiento comercial sigan siendo trampas mortales. Increíble.

Aquí algunas fotos del dantesco incendio de Mesa Redonda de hace seis años.

Además, aquí un par de videos que muestran la sacrificada y encomiable labor de los bomberos en situaciones dramáticas como la de Mesa Redonda. Esta es la historia, narrada en dos partes, de la tripulación de la máquina 10.01 de la Compañía de Bomberos Salvadora Lima N°10, la primera unidad contraincendios en llegar a la zona del mortífero siniestro de Mesa Redonda del 29 de diciembre del 2001.

28 de octubre de 2007

El amor más grande

Este texto lo escribí una tarde de mayo de este año, inspirado en lo magníficamente buena que es mi Abuela Felícita, en el incomparable amor de mi Madre Fela y la gran y estupenda Mamá que es y que será mi Esposa Carolina. Para ellas y para todas las Mamás que conozco y que no conozco:

No hay mayor felicidad para una Madre que ver a sus hijos hechos hombres y mujeres de bien, felices, siempre cerca de ella, por más kilómetros que los separen, porque para los corazones de un hijo agradecido y de una Madre abnegada no hay distancias. Pero la mujer se tiene que ganar eso a lo largo de la vida, en cada minuto de su existencia, con cada acto, con la consagración de su vida al servicio de sus hijos, de su esposo, de su familia. Si Dios es el primero que sirve al ser humano, una Madre debe ser lo más cercano a Dios para su hijo. Una vida de dulce entrega, el trabajo más importante del mundo, cuya ganancia es la felicidad de todos y más de la propia Madre. No es una profesión, es más que eso, es un apostolado, es la vida con un sentido. Es no vivir por gusto.

No hay mayor satisfacción para una Madre que verse rodeada de sus nietos en medio de un clima lleno de amor y ternura. Eso, en el ocaso de la vida, cuando ya a veces las fuerzas del cuerpo van diciendo adiós, es un remedio para cualquier achaque de la edad. Pero, principalmente, es la forma que tiene Dios de devolverle a la mujer todo el amor sin medida que entregó a sus hijos, de premiarla por haber consagrado su vida a los seres que Él le encargó cuidar, formar, proteger, mimar, criar, orientar, reprender en forma correcta, sin abuso, y dar ejemplo por más que hace rato ya los hijos ya no usen pañales y hayan sacado libreta electoral.

Una Madre es ternura. Una Madre es paciencia. Una Madre es fortaleza de corazón. Una Madre es ejemplo de palabra y actos. Una Madre es constancia. Una Madre da la vida por sus hijos. No los deja solos. No sabe de cansancio. No sabe de flojeras ni de egoísmos. Menos de relajo. Nunca dice yo primero. La mirada dulce y las sonrisas de sus hijos y de su esposo son el combustible que alimenta el motor de su fortaleza y resistencia para soportar las tempestades de la vida y cuidar del mal tiempo a sus amados hijos.

Antes era cambiar el pañal, hoy debe ser el consejo bueno, la palabra amiga, la corrección oportuna y alturada, el amor hecho madurez, el ejemplo de saber hacer familia. Antes era jugar con el bebe o revisar las tareas del colegio, llevarlos y traerlos de la escuela, tomarle la lección, ayudarle en sus trabajos, cocinarles los almuerzos. Hoy debe ser el apoyo moral, el más grande ejemplo para honrar, representar el máximo de los respetos.

Si nada de eso se da en la realidad, es como si la mujer solo se haya quedado en eso, en mujer, y no se haya graduado de Madre a pesar de que haya tenido mil hijos. Si eso no se da en la realidad sería mejor decir Mamá cambia y haz que este sea tu día de verdad. Si eso no se da en la realidad, sería una mentira decir Feliz Día Mamá, porque no se debe ser feliz solo un día o unas cuantas horas. Porque una Mamá es feliz si sus hijos son felices al mirarla, al llamarla Mamá, y eso depende de ella.

23 de octubre de 2007

El limbo perfecto


Me encantan los aeropuertos y los aviones, pero más los aeropuertos. No importa si son chicos o grandes, si son de gran ciudad o de provincia, si llego o voy. Es como estar en un lugar intermedio, en medio de una burbuja tecnológica que me aísla del mundo y a la vez me conecta con él. Un aeropuerto es el limbo perfecto, la puerta hacia algo diferente, el camino que fácil podría ser el universo utópico y genial de lo sensitivo, de los sentidos. Cada paso que doy en un terminal aéreo es delicioso. Lo que hago en un avión, casi el fin de ese camino, también. Es siempre la misma experiencia, pero cada vez más excitante: bajar del taxi, jalar mi maleta, cruzar las puertas del aeropuerto, hacer la cola para entregar mi equipaje, chequearme en el mostrador de la compañía aérea, pagar mi impuesto, pasar por el arco metálico y que me pasen alrededor del cuerpo el detecta metales, poner mis maletas de mano, mi casaca, mis llaves y mis flacas monedas en ese túnel pequeño de mil ojos que como Supermán ve todo lo que nosotros no vemos, esperar el vuelo, darle mi tarjeta de embarque a la señorita amable y casi siempre guapa de la línea aérea y caminar por la manga, el pasadizo o la escalera, o lo que sea, persignarme al momento de entrar al avión, ir por el pasadizo, a veces de costado porque ir de frente es difícil si hay mucha gente, encontrar mi asiento, guardar mi equipaje de mano en el compartimiento superior, sentarme, encender el aire acondicionado, abrocharme el cinturón de seguridad, apagar el celular, acomodar mi cabeza como para dormir, dormir hasta que me despiertan para comer lo que me den y beber mi Coca Cola de cortesía, mirar los videos de chistes, observar a los que están adelante, atrás, a los costados, mirar la hora e imaginar que no avanza, prepararme para sentir el suave panzazo del avión en la pista de aterrizaje, sentir que el avión toca tierra, persignarme por segunda vez, prender el celular, desabrochar el cinturón de seguridad, levantarme, sacar mi equipaje de mano del compartimiento superior, hacer la cola en el pasillo para bajar del avión, bajar las escaleras o caminar por la manga, entrar a la amplia sala de recojo de maletas, esperar a que mi equipaje salga de otro túnel, cargarlo, jalarlo, salir del aeropuerto, sentir el calor o el frío, el viento o la sequedad del nuevo lugar al que regreso o piso por primera, segunda, tercera o no se cuántas veces ya, escoger al taxista que aparece menos maleado e ir al hotel.

En unas pocas horas haré todo eso nuevamente. Iré al aeropuerto Jorge Chávez de Lima por enésima vez. Destino: Arequipa. Atención, sentidos: prepárense para el despegue.

19 de octubre de 2007

Bolsitas salvadoras que matan

Dos semanas y algo más de silencio bloguero es demasiado. Es hora de seguir produciendo Aire (im)puro para aquellos incautos que han decidido respirarlo. A los otros, mil disculpas por contaminarlos. Y hablando de contaminación, cabe preguntarse si el cheque por 300 mil soles que el Estado Peruano le entregó a Judith Rivera, la señora a la que infectaron con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) a través de una transfusion de sangre en el Hospital Daniel Alcides Carrión del Callao, compensa el daño hecho a una mujer que ha visto su vida pender de un hilo de la noche a la mañana y que de ahora en adelante convivirá con la muerte, como uno convive con el aire puro o impuro.

Claro, con ese dinero la vida de los hijos de Judith está asegurada, tal como ella lo dejó entender el día que recibió el cheque, pero con el virus que produce el sida lo que tiene asegurada la señora Rivera es un resto de vida parecido a una agonía anímica perpetua y expuesto, pese a los tratamientos que cohiben al virus, al acecho de una enfermedad mortal tras otra.

Pero qué desgraciada circunstancia lleva a esta situación límite, que se tradujo aún más dramáticamente con la reciente muerte de una bebé de once meses que había sido infectada con el VIH también en una transfusión de sangre en el Hospital Regional Eleazar Guzmán de la ciudad de Chimbote, al norte de Lima. ¿Qué pasa en el sistema de salud peruano que deja la puerta abierta a estas infaustas consecuencias?

De que hay negligencia, la hay. Me atrevó a lanzar una explicación para ello, más movido por la intuición que por la comprobación, pero igual la lanzo. Hace unos días acudí al Hospital Edgardo Rebagliati, uno de los principales de Lima, para donar sangre porque los apuros médicos de un ser querido así lo exigían. Así como yo, había decenas de personas en la sala de espera de la oficina de donaciones. El proceso avanzaba lentamente.

Hasta que llegué a mi primera interlocutora, a la que le entregué la hoja de respuestas en la que hay que ser sincero sobre toda tu vida, especialemente sobre tus enfermedades y tu comportamiento sexual, y a la que le di el dato de la necesitada persona por la que estaba yo parado ahí.

Después de eso esperé de nuevo en la cola hasta que estuve frente a una enfermera que me pinchó la parte superior del dedo medio de la mano derecha y me extrajo una cuatro gotas de sangre que inmediatamente puso, una por una, sobre un vidrio. Repitió esa operación con otras cinco personas más y luego procedió a pintar con reactivos cada gota para comprobar si la sangre extraída era RH+ grupo O, también llamada sangre universal.

Una vez comprobado eso pasé a un cubículo de dos metros por dos para que un señor que no se presentó me preguntara en qué trabajaba y, como la primera enfermera, para quién era la sangre. Luego de que le respondí me pasaron a una sala donde habían unas 18 camillas, todas ocupadas con personas donando, y zas, me incaron el brazo y empecé a llenar mi bolsita de unidad de sangre (450 mililitros). Unos 15 minutos de llenado y listo. A tomar un vaso de leche para recuperar fuerzas -tremendo 'detallazo' del hospital- y chau.

Ya había donado casi medio litro de sangre, igual que las otras 17 personas e igual que las otras decenas de conciudadanos esa mañana, y nadie analizó si mi sangre o la de todas esas caritativas personas (en el hospital juran y rejuran que no dejan entrar a los que venden su sangre) tenía el VIH. Después lo harán, supuse. Y si así es, es probable que las bolsas se confundan, que se mezclen, que se 'traspapelen' o pasen piola. Eso, definitivamente, no es serio, por decir lo menos.

Qué diferencia con relación a aquella desgraciada vez que atropellaron a un tío mío, en mayo de este año. Cuando fui a donar sangre para él en el Hospital de Emegrencia Casimiro Ulloa, otro de los más conocidos de Lima, además de la entrevista de rigor y de las preguntas para responder, igual que en un examen de admisión, me sacaron un buen tubito de sangre que analizaron durante media hora para ver si tenía algo negativo (VIH, sífilis, etc, etc). Claro, cuando la enfermerá me llamó a viva voz para decirme que estaba 'aprobado', fue inevitable suspirar de alivio casi instintivamente. Recién ahí, me acostaron en la camilla, me hincaron y mi sangre empezó a llenar la bolsita recontra segura y libre de virus.

Osea, eso me lleva a pensar que en el Rebagliati se están dando las condiciones para una negligencia, que aceptan toda la sangre que llegue, siempre y cuando sea del grupo adecuado.

Pero la cosa iría más allá. Se sabe que un posible período ventana de un donante, es decir, el período de tiempo que va desde la infección hasta que el VIH se deja ver en la prueba de Elisa (ese tiempo es de seis meses para tener un diagnóstico acertado, dicen los médicos desde hace muchos años), puede ser la diferencia entre la vida y la vida-muerte de las personas a las cuales se les aplica una transfusión.

En otras palabras, ya existen métodos científicos capaces de detectar el virus en ese período ventana. No soy quien para detallarlos porque no soy médico, pero hay algunos galenos que sí los detallan. Lo cierto es que el Gobierno podría meterse la mano al bolsillo para darles uso a esos procedimientos o al menos estudiar su viabilidad. La salud del pueblo no tiene precio. Y, definitivamente, por lo menos se debe aplicar el Elisa en hospitales como el Rebagliati antes de llenar las bolsitas 'salvadoras'.

Nadie merece lo que atraviesa la señora Judith o lo que pasó con la bebé de Chimbote. Nadie. No estaría de más que los familiares de alguien que va a recibir sangre donada exijan el análisis de dicha sangre in situ y antes de la transfusión. Lógicamente, eso ya sería admitir que el sistema estatal de salud es ineficiente. Y parece que lo es.

2 de octubre de 2007

Un tal Gareca

La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida... dice la canción más emblemática de Rubén Blades. Sí, la vida da vueltas y a veces da tantas que uno termina más sorpredido que cura en alguna discoteca de la bohemia avenida Dolores de Arequipa. Por eso creo que lo que acaba de pasar con la 'U' hará que mi padre, mínimo, se quede pensando un buen rato. Él, que no puede ver a algún argentino vinculado al fútbol desde que un enajenado y criminal Julián Camino lesionó arteramente a Franco Navarro en ese partido de Buenos Aires en el que solo nos faltaron menos de 10 minutos para clasificar al Mundial México 86. Él, que vitorea a Universitario de Deportes cada vez que hay un partido de la crema, sin ir al estadio, sentado en su carro y escuchando Radio Programas.

Resulta que la 'U' acaba de contratar al argentino Ricardo Gareca como técnico del primer equipo. Veintidós años después de esa gesta en el Monumental de Núñez en la que Navarro resultó el mayor herido de guerra, Gareca aparece en escena. El hombre que nos dejó sin Mundial a poco del final del partido cuando empujó la bola en la valla peruana, irrumpe de golpe en el pálido fútbol nacional. El mismo jugador que Bilardo no llevó a México a pesar de que nos hizo llorar de cólera segundos después de que Pasculi empujara descaradamente a Chirinos y lo introdujera como pelota a la portería del 'Chevo' Acasuso. Ese melenudo con pinta de un tal Christian Suárez de Bozzo es el nuevo entrenador de la crema que mi papá idolatra cada vez que quiere recordarme que yo también fui bautizado crema.

Esta noche le diré a mi padre que un argentino dirigirá a su cuadro. Que un compañero de Camino tendrá la 'U' en el pecho. Que el odioso tipo que le privó de sentirse mundialista por cuarta vez en su vida y abrazarme de alegría hasta fundir su corazón con el mío y hacerlo uno con el latido que debía tener el ritmo de las barras del 'Pecoso' Ramírez, es hoy el responsable de llevar de la mano a Universitario en la lucha por el título del Clausura y por un cupo a alguna copita internacional, siempre importante por más chiquita que esta sea.

Sé que su respuesta será: "¡Nooooooo, no puede ser! Mejor le hubieran dado el equipo a Navarro". Pero estoy seguro de que igual escuchará por radio el partido de este fin de semana en Tacna ante Bolo. Y renegará, apuesto que renegará... Grande, pa', te quiero eh...

Si algún argentino lee esto, por favor disculpe a mi papá, pero busque a Camino para meterlo en cana. Él tiene la culpa de toda esa argentinofobia del señor Luis Silva Soto. Él y Bilardo.

Vean este video y entenderán a mi viejo...

27 de septiembre de 2007

Mueve tu cuerpo

Tengo 34 años de vida, 12 de periodista, tres de casado y una barriga ligeramente -repito, solo ligeramente, aunque muchos digan lo contrario- mayúscula que no hace juego con el resto de mi anatomía. Me considero un casi cegatón porque no puedo leer la placa de un carro a 20 metros de distancia y hace realmente mucho tiempo que no puedo ver una película completa, salvo el Perro Bombero y Los Increíbles, las favoritas de André, que ya casi me llega al muslo aunque tiene solo dos años y cuatro meses. Tragón por naturaleza, normalmente ando con pocos soles en la billetera y las rayas del blue jean siempre bien marcadas gracias a la dedicación de Carolina.

Sin embargo, a diferencia de mi hijo y de mi esposa, tengo un oído privilegiado. Escucho hasta cuando dos moscas conversan y a veces eso es un problema porque, de escuchar tantas cosas, la paz se acaba cuando uno menos lo espera y empieza el sonido de las bombas en la cabeza y el corazón. Pero más allá de los ruidos internos, los externos son los eternos. Hasta de noche, cuando Carol y André duermen y yo trato de entrar al sueño mirando el techo, oigo que el vecino llegó tardísimo a su casa e intenta pasar piola tratando de no hacer mucho alboroto con las llaves y las pisadas, y escucho hasta las bromas que se hacen los basureros nocturnos a la hora que el camión pasa recogiendo los desperdicios del barrio.

Pero lo que nunca deja de sorprenderme es cómo puedo recordar la tonada (lean bien: digo tonada y no letra) de una canción que haya escuchado al menos una vez. Quizá exagere, pero de un momento a otro me veo repitiendo el coro de la salsa que escuché en el taxi, la balada que oí en el supermercado o el cántico de la barra que rugió en el estadio.
Por eso cuando me ametrallan por la radio, en las fiestas o donde sea con una canción, me convierto en un autómata de la misma, es decir, en un parlante más, iletrado y desentonado, del 'hit' del momento.Todo eso sucede pese a que me considero un analfabeto musical porque de autores y compositores sé tanto como de física nuclear. Y eso me está pasando con la bendita Culebrítica. Vaya usted a saber qué grupo la grabó (sí, ya sé, el Grupo 5), pero esa mezcla de tecnocumbia acelerada con ritmos negros que escuché hasta la saciedad en mi reciente viaje a Pucallpa es tan pegajosa que la tarareo no solo en la ducha. Lo hago en la mesa, en la combi y hasta en la cama.



Se la tarareo a André y él la baila como experto, moviendo el potito sa sa sa, moviendo el potito sa sa sa, mueve tu cuerpo, mueve tu cuerpo, girando, girando... Y mi mamá, con su columna adolorida y todo, gozó, moviendo el potito sa sa sa, moviendo el potito sa sa sa, el 8 de agosto en su cumpleaños y espero que también la goce el próximo año. Y a mí no me queda otra que acompañar mi robótico cantar con un cada vez menos torpe movimiento de cadera al ritmo de la inacabable Culebrítica. Felizmente que Carol me ayuda, porque si no.... ¿Y ustedes ya la bailaron?

22 de septiembre de 2007

Tierra caliente

Apenas bajé anoche del avión, Pucallpa me recibió con un vapor impresionante y una que otra gota gorda de lluvia, verdaderos escupitajos de cielo para aquel que está acostumbrado a la desganada garúa de Lima. Sí, llegué bien limeño: casaca negra de cuero sujetada en un brazo, el maletín con rueditas jalado por el otro, camisa oscura manga larga y abotonada hasta arriba, pantalón blue jean, medias marrones y zapatos de gamusa del mismo color. Al tiro se notaba que no era hombre de tierra caliente.

El interior del aeropuerto ucayalino es bastante parecido al de Iquitos. Uno deja la pista de aterrizaje y entra a un amplio salón cuadrado cuyas paredes están pintadas de crema y tienen por todos lados carteles alusivos a la selva, con fotos inmensas de mujeres de miradas subyugantes y cuerpos de infarto y de árboles y más árboles. Llegaba mandado por el periódico, la visitaba por primera vez y no tardó en darme su tarjeta de presentación. Rápidamente Pucallpa se autopintó delante mío de dos colores: verde y piel.

No tuve que esperar el equipaje porque desde hace rato lo estaba jalando, así que dejé a mis ocasionales compañeros de avión, entre ellos a mi tía Lita y a mi tío Ronald, quienes viajaron para un retiro espiritual, y me dispuse a cruzar el umbral del salón dispuesto a tasar al mejor y más barato taxista para que me lleve a un hotel decente y, claro, también barato.

Como era de esperarse, ni bien crucé el bendito umbral, un emjambre de ávidos choferes me abordaron, todos con los botenes de sus camisas perdidos en el espacio, muy distintos a los míos que parecían alumnos de colegio formados en fila india. Todos sudando menos que yo. Todos con las llaves de sus naves en las manos y todos con ese acento típico de la selva peruana que sube y baja tonos de voz con la facilidad con la que el ojo parpadea.

Eran tantos que no me dejaban ver más allá de sus caras. No sé cuántas veces dije no gracias, pero lo que sí recuerdo con claridad es que me convenció el único que me dijo el precio de la carrera: CINco SOles, noMÁS, PUes. Atraqué al toque, alucinando que era una ganga (ni en Tacna, donde el aeropuerto está cerquísima de la ciudad, te cobran tan barato). El hombre que casi tenía mi edad, pero que usabas sayonaras y un short de futbolista y no zapatos gruesos y jeans como yo, cogió mi maleta sin asco y lejos de jalarla para que ruede, la llevó en peso hasta su... ¡motocarro!

En ese momento me sentí de otro planeta. En Lima había visto taxi cholos en El Agustino y San Juan de Miraflores, pero ninguno de esos se comparaba al poderoso vehículo del pucallpino. Sencillamente me quedé mudo al ver esa fiera de tres ruedas con cabeza de motocicleta y asiento de combi en el que fácil entraban cuatro personas bien puestas. Y, de pronto, observé que esa máquina no era la única de su especie. Las había por todos lados, adelante, atrás, a la izquierda, a la derecha, de todos los colores y para todos los gustos. A lo mucho tres autos lucían tristes y vacíos en el parqueo del aeropuerto, como lunares en medio de casi cuarenta de esos fascinantes productos de la tecnología popular que contaban con techos de lona bordeado con flecos que son una maravilla contra la lluvia. Tenía que ser un ciego para no reconocerlo: había llegado al planeta de los motocarros.

Con cuatro veces la velocidad de las cucarachitas motorizadas que transitan en Lima por la Riva Agüero y la Pachacútec, la máquina que me había capturado me llevó por una larga y ancha carretera, rodeada de árboles y casas campestres que a la volada parecían estar hechas de bambú y caña, similares a las que en algún momento vi en las afueras de Medellín y Asunción. Ante los 25 grados centígrados nocturnos que ya me habían convertido en un estropajo con anteojos, el viento que chocaba en mi pecho y en mi cara era un placer indescriptible.

Cruzando y adelantando mil y un triciclos gogantes con motor igual que él, el para mi novedoso transporte primero me llevó a la ciudad y, una vez en ella, me llevó a la plaza principal, pero a medida que girábamos en las calles comprendí que esas fotos inmensas que había en el salón del aeropuerto no me habían engañado. Como si hubiera caído en el reino de las amazonas amigas de Tarzán, estaba en la tierra de las piernas torneadas, de las sandalias que se esconden en pies coquetos, de las minifaldas, de las espaldas desnudas y divididas en el centro apenas por un par de tímidos tirantes, de las sonrisas que hablan, del estrógeno andante.

Yo no las buscaba con la mirada, ellas, osadas adolescentes, señoritas estudiantes y señoras con sus pequeños hijos, aparecían cada tres metros, brotaban imparables de la acera, de cada esquina, de cada puerta, de cada motocarro, de cada motocicleta. Qué tal prueba para los casados, pensé, como un acto instintivo de defensa ante el ataque de las musas de la selva, como una tangencial forma de recordar mi condición de casado. No te preocupes, Carol, pasé la prueba.

Las gotas gordas de lluvia se habían extinguido, pero igual mi camisa manga larga estaba empapada y gotas delgadas y pequeñas se deslizaban desde mi frente rumbo a mis mejillas. La máquina poderosa me dejó en la puerta de El Virrey, un hotel barato y decente ubicado a unas tres cuadras en 'L' desde la Plaza de Armas. Crucé el bendito umbral y lo único que quería era ahorrarme las preguntas de ley y el llenado de la ficha correspondiente y que me dieran la llave de mi habitación, no me importaba cuál. Necesitaba una ducha bien fría, pero ya. Hielo, por favor, hielo, por piedad.

19 de septiembre de 2007

La china más (im)popular

A diferencia de mi esposa, a la que no le da roche alguno pedir un descuento en el pasaje de combi si la ruta que nos espera no pasa de siete calles, a mí prácticamente se me traba la lengua cada vez que, casi siempre a insistencia de ella, debo pedir una rebajita al cobrador que llega al paradero colgado del estribo, como si se tratase de un eterno desafiante circense de la muerte.

Mi vergüenza se suele repetir al final de las Torres de Limatambo, casi llegando al coliseo Dibós, cuando nos dirigimos a la casa de mi abuela, ubicada a unas cinco cuadras de ahí, yendo por Primavera o Angamos para más señas. Si fuera por mí, pago mi sacrosanta luquita por cabeza hasta Carrión, pero la mirada de Carol, pragmática como siempre, me recuerda que la consigna es ahorrar. El ahorro es progreso, es el pensamiento que me encargué de popularizar en mi pequeño departamento alquilado. Y, entonces, estoy obligado, so pena de que no me sirvan la cena con cariño en la noche, de poner cara de misio (que lo soy) y casi rogarle al cobrador que no se baña que nos cobre cincuenta céntimos a cada uno, porque es aquí al toque nomás, 'compare', en Carrión.

Y una de las cosas que más odio sucede siempre tras mi ruego: el cobrador que no se baña un poco más y nos empuja hasta adentro de la custer sin importarle que Carol sube cargando a André y yo hago malabares para meter el coche plegable. Y lo peor: que el cobrador que no se baña ni me mira para aceptar mi pedido y sigue gritando, colgado del estribo -"¡toda Angamos! ¡toda Angamos!"-, mirando hacia el horizonte citadino buscando más pasajeros que cazar y movimiendo su mano como abanico tratando de apurar nuestra subida. Como digo, un poco más y nos empuja. Siempre sucede así. Y yo lo miro con cara de malo, pero nada más. No sé por qué, pero siento que nos está haciendo un 'favor' cobrándonos menos. Claro, si nos empujara de verdad, quizá no le reclamaría nada y de frente le daría un cochesazo de a luca.

Arriba, en esas cinco cuadras, ya es otra historia. Milagrosamente siempre encontramos sitio para sentarnos, y con las justas me alcanza para pensar en por qué diablos nunca puedo hacer click en el argot microbusero y decir ¡"A china, pe'!", y también me da tiempo para preguntarme en silencio si con tantos cincuenta céntimos que me ahorro, me alcanzará algún día para comprarme el carro cero kilómetros con el que sueño. "¡Bajan en Carrión!" "¡Bajan!"



16 de septiembre de 2007

El Beatle que no sabía inglés


Yo, que me jacto de ser más peruano que el cerro San Cristóbal, debo confesar mi alienado pecado de haber adorado a un grupo musical extranjero, de otra lengua, cuando cursaba el cuarto y quinto de secundaria: The Beatles. Los cuatro de Liverpool no necesitan presentaciones. Todo el mundo los conoce y aquel que no, es que ha vivido en un cajón. La fiebre que me asaltó se me ha venido como un torrente de recuerdos ahora que estaba gugleando y encontré algunas fotos del más grande grupo musical de todos los tiempos.



Cuando yo estaba por salir del colegio San Vicente de Surquillo, John Lennon ya tenía nueve años de muerto, pero fue como si su espíritu me hubiera poseído. Entonces no entendía ni un comino de inglés. Me daba igual, diz que cantaba sus canciones y hasta me paraba frente a la pared de mi cuarto, tarareando I wanna hold your hand, Twist and shout, Please Mr. Postman, Love me do y tantos otros éxitos de John, Paul, Goerge y Ringo. Me había convertido en un alucinado total. No entendía casi nada, pero esa música me seducía.

Comencé a grabar en caset de una hora por lado cuanta canción de The Beatles sonara por la radio. Mi vieja grabadora no paró hasta que un buen día le saltaron los botones de play y récord. No lo puedo creer: en una época en la que el MP3 era un sueño de ciencia ficción, debo haber llegado a tener unas 200 canciones grabadas en seis caset a los que yo mismo pegué carátulas recortadas de revistas y con imágenes de The Beatles.


Me había convertido casi sin darme cuenta en un loco Beatle. Pasaba horas con mi grabadora. Un verdadero enajenado musical. Qué habría pensado entonces mi madre de mí. Para colmo, como si se tratara de una catársis con ritmo, me había acostumbrado a golpear la pequeña lámpara de metal del escritorio con un par de lapiceros, uno en cada mano, alucinando que era la batería de Ringo.

Y como si eso fuera poco, me había creído el cuento, forjado por mi febril fantasía, de que mi voz era parecida a la de Paul. Por favor, a todos los beatlemaniacos, perdonen ese atrevimiento. Y perdona mamá por haberte torturado con los sonidos tan desaforados como agudos de las cuerdas de metal que mi guitarra, esa que inocentes me compraron tú y papá en una Navidad, vomitaba tratando inútilmente de imitar los acordes de George.



Ah, qué tiempos aquellos en los que mi única preocupación era sacar buenas notas y no perderme ninguna canción de The Beatles en la radio. Y escuchar y recontra escuchar mis casets, hoy llenos de polvo en el estante de libros del deparamento en el que vivo con Carol y André, hacinados en un lugar bien alto como para que el bebe no intente jalarles las trenzas a esas flacas cajitas negras de plástico con dos huequitos circulares en el centro.

Pero lo más paradójico es que hoy no los puedo escuchar. Mi nueva grabadora -nueva es un decir porque la compré hace 10 años- de tanto darle al CD ha perdido la facultad de reproducir cintas. Así que los Beatles están, por ahora, durmiendo el sueño de los justos al lado de La Virgen de los Sicarios y La Piel de Inesa, llenándose de tierra y de moho.

Aunque sé que si quiero puedo bajar música Beatle por Internet o irme a alguna discotienda (¿todavía quedan?) o a las galerías piratas para comprar toda la colección de los melenudos encorbatados, mi miedo es que el día milagroso que se me ocurra arreglar el minicomponente -y digo arreglar porque creo que ya no los venden con casetera-, las cintas ya no sirvan por lo desusadas y viejas que están y estarán. Escuchar Yesterday en la computadora nunca será igual que escucharla de mi vieja cinta número tres. El sonido con baches del caset, así lo recuerdo, es para mí sinómino de una época irrepetible, en la que tenía toda la vida por delante. ¿Alguien tiene por ahí un tocacinta?

15 de septiembre de 2007

El Chino Muerte

No suelo comer los menú de la cafetería del periódico (mentira verdadera) porque siempre traigo una rica comida que mi esposa me manda en el ya clásico pyrex de Plaza Vea. Hay que ahorrar. Esa es la consigna. Además, la comida de la cafetería más parece (a veces) líquido de frenos y barro caliente. Sí, suena feo, huele feo, pero así es. Por eso mis amigos, especialmente los fines de semana, suelen salir disparados a La Pinta, un restaurante de pescados y mariscos ubicado a la vuelta de la esquina de El Comercio, justo cuando dan la una de la tarde.

En La Pinta sirven bien, rico y caro. Pero yo siempre llevo mi pyrex aunque mis compañeros digan que les da roche. Comida es comida, señores, sea en plato o en táper. Ese es el ritual de los sábados y de algunos domingos.

Sin embargo, ayer Miguel ("¡Nosferatuuuu!"), Jaime (Lombardi), Pedro (el partidor), Germán (loro seco), Ahmed (el turco) y Elkin (el mudo) se mandaron mudar en viernes a la hora de almuerzo. ¡Vamos donde el Chino Muerte! Ese fue el grito de guerra. Todo porque Elkin dijo que la sopa del miércoles en la cafetería más parecía un pantano que un licuado de verduras. Y yo le creo.

Así que sin pensarlo dos veces subí a la cafeta para calentar mi comida en el microondas y salir con ellos rumbo a la cita con el destino comensal, que para mí era todo un misterio. Cuando bajé ya no estaban. El hambre les había ganado. Llamé a Miguel por celular y me dijo que vaya por la calle de Perú 21 y me plante en la esquina del ex Banco Wiese. Así lo hice y fue Jaime el que me llamó a viva voz. Crucé la pista en Carabaya y... ¡oh! sorpresa. El Chino Muerte, mejor dicho, su local, era, es, un huarique.

Es un ambiente de cuatro metros por diez, no más, con las fuentes de comida metidas en una nave central de dos y medio por seis, quizá más. Para variar, todos consiguieron sitio en las barras que flanquean a las fuentes, menos yo. Así que tuve que decirle al Chino Muerte, un tipo que parecía tener la cara de piedra, si podía comer de pie mi comida calientita y, hasta ese momento, tapadita. Por las dudas le pedí una ocopa y un vaso de chicha morada. Y claro, con eso, me dijo que sí.

Ese Chino Muerte no para. Me senté a los cuatro minutos de empezar a comer porque la gente entra y sale. Se devoran en un dos por tres su plato de cinco lucas que no es otra cosa que un combinado de locro, arroz chaufa, huevo a la rusa y carapulcra. Alucinante, explosivo, ya no ya. Algunos de mis amigos, no diré quiénes, se pidieron dos platos. Claro, porque cada plato tenía la mitad del diámetro de uno normal de segundo en la cocina de mamá, pero un cerro de comida encima que merecía le pongan en la cima un moldadiente con un papelito pegado a modo de minibandera.

Si vieran a Germán comer, entenderían de qué les hablo. El hombre, un fotógrafo nunca bien poderado de El Comercio, se convirtió, como siempre que tiene cubiertos en la mano, en una aspiradora. Yo, con mi comida de pyrex (un guisito de pollo y pimentón, arroz y papá) más mi ocopa, estaba satisfecho y, contra mi costumbre, esta vez no fui el último en terminar de comer.

Cuando nos despedíamos del Chino Muerte -su cara de piedra ya era un solo de risa después de que le contamos las historias partidoras de Canelo (cuidado, a Pedro no le presenten a sus muñecas, novias, amigas cariñosas y demás... no te piques Pedro, sabes que te estimo... no, mentira, Pedrito no mata ni una mosca, todo es leyenda y puro floro de parte suya, creo)-, el buen Canelo le daba los últimos lampazos a su postre. Porque sí, insaciable, se había pedido un postre.




Todos salimos más llenos que embarazada primeriza y mientras caminábamos de vuelta al diario, pensaba en el ingenio peruano, en la habilidad nacional de transformar en producto estrella cualquier cosa, en los platos de siete colores y en cómo michi se llama de verdad el Chino Muerte. ¿Alguien puede develarme el misterio e invitarme un platillo en ese huarique de buena muerte?

14 de septiembre de 2007

Vox populi, vox dei

Aunque Chemo diga lo contrario, me parece que Pizarro no tiene el puesto asegurado en la ofensiva de la selección. Pero, claro, yo no soy el técnico, soy uno más de los miles de estrategas sin diploma, que viajan en combi y que jamás se han calzado un par de chimpunes.

Claudio tiene ganas, pero no la mete. No moja. No celebra goles propios y de un tiempo a esta parte tiene que conformarse con gritar los goles de otros. Sin embargo, imperturbable, sigue ahí, fiel a la confianza de Chemo y haciendo oídos sordos a las rechiflas que bajan de la tribuna cuando el locutor menciona su nombre a la hora de dar la alineación.

Hubo una jugada en estos dos partidos recientes de la selección, en la que me pareció que Pizarro cuidó las piernas al momento de arremeter sobre el arco contrario. Parece que cosas así no solo las veo (o las siento) yo. No es casualidad que lo acusen de jugar con guante blanco con la camiseta peruana para después gastar los botines cuando el Chelsea lo requiera en su once titular. También está el factor mala suerte. Ese cabezazo suyo al parante boliviano mereció entrar.

Sea como sea, lo cierto es que en con la banda Claudio no es el goleador que todos reclaman, el artillero que su presente futbolístico en Europa obliga a ver en él, y su imagen con la blanquirroja se desmenuza cada vez más en la medida que se hace más grande la de Paolo Guerrero, quien junto a Juan Manuel Vargas y Nolberto Solano, encarna el alma nueva de la selección.

Como dijo Elkin Sotelo en la redacción de Deporte Total, es como si el celular del '¿Bombardero?' solo mostrara en su pantalla una barrita de nivel de batería y no las tres que se traducirían en un crédito total de parte de la afición y de la prensa especializada.

Pero para Chemo no hay batería baja que valga. Ha dicho a todo el mundo que Pizarro es titular indiscutible y que el Perú no está como para darse el lujo de dejar fuera de su equipo titular a un hombre que ha sido fichado por uno de los equipos más importantes de la Premier League inglesa.

¿Y qué va a pasar si ante Paraguay el 13 de octubre, ya por los puntos premundialistas, Pizarro sigue en sequía? ¿Y qué va a pasar si ante Chile, en el segudo partido de la Eliminatoria, sigue celebrando goles de otros? Es más, qué pensará Chemo si en una de esas entra Gonzales Vigil con la bravura con la que lo hizo frente a Bolivia y marca uno o dos tantos. ¿Chemo seguirá en sus trece?

Los observadores más depurados afirman que Claudio cumple una labor fundamental aunque no anote: jala marca y mantiene ocupados a los defensores rivales para que otros tengan los espacios suficientes para hacer daño.

Como sea. Pizarro es delantero y, si el esquema lo manda a ser volante de avanzada o como quiera que se llame ese tipo que viene con fuerza por detrás del 9 o del punta, igual el ex Bayern siempre tiene karma de delantero, y un delantero hace goles como el albañil, paredes.

Todas las personas, incluso en el fútbol, merecen una segunda oportunidad. Es seguro que Claudio la tendrá, quizá también una tercera y hasta una cuarta, pero hay que recordar que la Eliminatoria consta de 18 partidos. Si no la mete, Chemo tendrá que ceder tarde o temprano a la razón de la tribuna y del hincha que viaja en combi, como yo. Pero Claudio todavía puede. Debe vencer primero la presión interna, la de su ansiedad, y debe jugar suelto porque, estoy seguro, nadie lo querrá partir. Ya no hay Julián Caminos, al menos eso espero.