10 de agosto de 2008

Peter Parker

Me siento un pecador por no haber bautizado aún a mi hijo, pero él ya lo hizo gracias a la fantasía de Marvel. Se ha puesto su nombre y me ha cambiado el apellido: Peter Parker.
Aunque desde que me afeité por primera vez, hace ya muchos años, he creído que estoy dulcemente condenado a albergar un espíritu infantil, con mi compañero -así le digo a Luis André Silva Santana (su verdadera identidad)- he reaprendido a comportarme como un niño. Y, de verdad, qué rico se siente.

No hay mañana en la que Peter Parker, perdón, Luis André, (adivinen qué personaje fue la estrella de su fiesta de tres años, en mayo último) no pida que le ponga el DVD pirata (sí, lo confieso, pirata) del Hombre Araña que compró mi mujer, ya no recuerdo cuándo, en el mercadillo que está cerca de mi casa, en La Calera, Surquillo. Y Peter Parker siempre me lo pide apenas despierta, con esa lengua mocha que lo hace irresistible.
Peter Parker, Peter Parker, Peter Parker. Eso sí le sale con una entonación perfecta.

El DVD contiene la trilogía dirigida por Sam Raimi. Un día André pide la uno, uno, uno. Al otro, la tre, la tre; y al siguiente, hombe pupo o, mejor dicho, Doctor Octopus, uno de los famosos archi rivales del arácnido. Pero si se trata de malos, mi compañero está obsesionado con el Hombre de Arena, quizá porque a su tierna edad mi hijo ya se da cuenta de que este tipo no es malo realmente sino que tuvo mala suerte, tal como dice textualmente ese personaje en la tercera entrega de la saga.


Por estos días en que Lima se ha convertido casi en un campo de batalla por todas las obras en la vía pública que Castañeda y los alcaldes distritales se han empeñado en realizar al mismo tiempo, Peter Parker va metiendo patada a cada montículo de arena que ve en la calle. Lo hace para aniquilar, al puro estilo Kungfu Panda, al mencionado y nunca bien ponderado villano. Es que cierta vez le dije que de aquella arena iba a salir el malo de la película. Y él, como siempre, me creyó. Y seré sincero, yo también agarro a patadas a los inocentes montículos.

Aunque nuestros arrebatos de súper héroes los hagamos a medio metro de la arena, mi compañero y yo somos imbatibles, pero él es el Hombre Araña, no lo olviden. Yo simplemente soy su papá. Eso le basta para quererme.

Es un chiste verlo con su traje de arácnido. Lo adora, pero ya le queda chico y, de tanto usarlo, algunos huecos se asoman inclementes entre el rojo y el azul del disfraz del súper héroe. Pero a André no le importa, ni cuenta se da y se deja llevar por la imaginación. Y si escucha la música de la serie animada, esa que mi generación gozó en los ochentas, Peter Parker se mueve con la agilidad de un acróbata al más puro estilo de Tobey Maguire después de que una arañita de laboratorio le picó en Spiderman I.

Mi Peter Parker, hay que decirlo, a veces traiciona a su ídolo cinematográfico y opta por ponerse su traje de Supermán o de Batman. La verdad, no importa qué se ponga: es mi compañero y el súper héroe que me ha salvado muchas veces de la tristeza. Tengo un hijo moda retro en cuanto a íconos infantiles. ¿Y? Mejor, pues, así compartimos fantasías.
Quédate así, chiquito y gordito para siempre, André, para cada mañana ir a comprar pan pateando montículos de arena.

PD: Este post es el primero que hago luego de seis meses y medio. He vuelto.