23 de octubre de 2007

El limbo perfecto


Me encantan los aeropuertos y los aviones, pero más los aeropuertos. No importa si son chicos o grandes, si son de gran ciudad o de provincia, si llego o voy. Es como estar en un lugar intermedio, en medio de una burbuja tecnológica que me aísla del mundo y a la vez me conecta con él. Un aeropuerto es el limbo perfecto, la puerta hacia algo diferente, el camino que fácil podría ser el universo utópico y genial de lo sensitivo, de los sentidos. Cada paso que doy en un terminal aéreo es delicioso. Lo que hago en un avión, casi el fin de ese camino, también. Es siempre la misma experiencia, pero cada vez más excitante: bajar del taxi, jalar mi maleta, cruzar las puertas del aeropuerto, hacer la cola para entregar mi equipaje, chequearme en el mostrador de la compañía aérea, pagar mi impuesto, pasar por el arco metálico y que me pasen alrededor del cuerpo el detecta metales, poner mis maletas de mano, mi casaca, mis llaves y mis flacas monedas en ese túnel pequeño de mil ojos que como Supermán ve todo lo que nosotros no vemos, esperar el vuelo, darle mi tarjeta de embarque a la señorita amable y casi siempre guapa de la línea aérea y caminar por la manga, el pasadizo o la escalera, o lo que sea, persignarme al momento de entrar al avión, ir por el pasadizo, a veces de costado porque ir de frente es difícil si hay mucha gente, encontrar mi asiento, guardar mi equipaje de mano en el compartimiento superior, sentarme, encender el aire acondicionado, abrocharme el cinturón de seguridad, apagar el celular, acomodar mi cabeza como para dormir, dormir hasta que me despiertan para comer lo que me den y beber mi Coca Cola de cortesía, mirar los videos de chistes, observar a los que están adelante, atrás, a los costados, mirar la hora e imaginar que no avanza, prepararme para sentir el suave panzazo del avión en la pista de aterrizaje, sentir que el avión toca tierra, persignarme por segunda vez, prender el celular, desabrochar el cinturón de seguridad, levantarme, sacar mi equipaje de mano del compartimiento superior, hacer la cola en el pasillo para bajar del avión, bajar las escaleras o caminar por la manga, entrar a la amplia sala de recojo de maletas, esperar a que mi equipaje salga de otro túnel, cargarlo, jalarlo, salir del aeropuerto, sentir el calor o el frío, el viento o la sequedad del nuevo lugar al que regreso o piso por primera, segunda, tercera o no se cuántas veces ya, escoger al taxista que aparece menos maleado e ir al hotel.

En unas pocas horas haré todo eso nuevamente. Iré al aeropuerto Jorge Chávez de Lima por enésima vez. Destino: Arequipa. Atención, sentidos: prepárense para el despegue.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido amigo, discúlpame pero los aeropuertos apestan. Me jode hacer la maleta y cargarla. Me jode llegar temprano para no perder el vuelo. Me llega pasar por el detector de metales, ir al counter y rezar para que no me toque un gordo pesado al lado o un niño llorón que no deja dormir. Lo único lindo de todo eso es ver a las aeromozas y que te atiendan, aunque últimamente en los vuelos nacionales las veo cada vez más tías...

Anónimo dijo...

Realmente es fascinante viajar e interactuar con personas de diferentes partes del mundo. E.Guido