9 de septiembre de 2007

El flaco creció

Todo l mundo habló hoy de Paolo Guerrero. Todas las portadas de los diarios. De su coraje cuando se pone la camiseta de la selección, de su arrojo frente al arco contrario. Qué diferencia con Pizarro, quien parece cuidar las piernas cada vez que encara la valla rival. Paolo le hace honor a su apellido y jamás arruga. Va para adelante aunque eso signifique que de un patadón le vuelen la cabeza.

Así, con garra y empuje, metió los dos goles con los que la selección empató con Colombia en el amistoso jugado antenoche en el Monumental y en el que parece hubo un descarado carrusel con las entradas porque habían más de 40 mil personas dentro del coso de Ate y cientos afuera con boleto en mano reclamando su plata.

Cuando reparo que se anunció a los cuatro vientos que la taquilla del partido iría para los damnificados por el maldito terremoto que asoló a Ica, Pisco y Chincha, me da asco, mucho asco. Pero ese otro tema.

Necesitamos diez Paolos en la selección de Chemo si es que queremos llegar al Mundial. Cuesta creerlo, pero viendo jugar al delantero del Hamburgo alemán, uno puede pensar fácilmente que los pizarrones pasan a segundo plano cuando los jugadores ponen en la cancha eso que las gallinas ponen en la granja. Que el coraje lo es todo. No sé. Porque hay que afinar bien la pupila para darse cuenta que Guerrero tiene toda la técnica europea combinada con una fortaleza física rara para nuestro medio, solo que en su caso el punche que le pone a cada jugada opaca todo lo demás. Puedo asegurar que en este minuto muchos niños en el Perú sueñan con ser Paolo Guerrero.

Justamente, más allá del Paolo mediático que vi por televisión, con su peinado afro-lacio y sus tatuajes de modelo, con sus gritos, sus movimientos de brazos al estilo de hélices y su lengua afuera a la hora de celebrar sus goles; recuerdo al Paolo que estaba pasando de adolescente a joven-adulto.

Era 2001 y la altura de Ambato no se sentía ni en la respiración ni en las palpitaciones del pecho. Guerrero era un delantero suplente en la selección Sub 18 que dirigía 'Chalaca' Gonzales y que yo tendría el privilegio de ver campeonar en los Juegos Boliviarianos que se realizaron aquel año en esa ciudad ecuatoriana. Yo era el enviado especial de El Comercio y Paolo, un flaco callado y paliducho, de pelo casi rapado y de potente disparo. Confieso que entonces nunca hablé con él. Me ocupaba de un timidón Jefferson Farfán y de un ambicioso Wilmer Aguirre, los delanteros titulares. Confieso que jamás he hablado con él porque felizmente se fue a Alemania antes de volverse mediocre en el lento y tuberculoso fútbol local, pero ahora me da gusto ver cómo ha madurado con la bicolor. No soy un niño, pero quiero ser Paolo también.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Paolo fue casi un hallazgo, un milagro de la casualidad que llevó a Paulo Autuori a convocarlo sin que supiera verdaderamente lo que valía, apenas empujado por el interés empresarial del grupo que también lo representa. Ahora Paolo no solo encarna al 9 que necesitamos para clasificar; es la identidad personificada que necesitamos para luchar en la vida.

Elkin Sotelo