9 de septiembre de 2007

Por fin te quitaste el velo

Siento que ayer recién conocí a mi esposa. La vi por primera vez en una paradisiaca playa ecuatoriana una mañana soleada de marzo del 2004, pero ha sido en el frío limeño de este setiembre que descubrí su alma.

Felizmente el cierre de anoche fue sencillo en el diario. Todo se dio para que cumpla lo que le prometí: salir temprano y estar en casa a las siete para ir a una reunión religiosa en el coliseo Dibós. Hay que acompañarla siempre que se pueda porque ella es la patrona, como dice Miguel, mi amigo y compañero de carpeta en la redacción.

La encontré lista. Pantalón negro, botines bien lustrados, chompa marrón, una casaca crema que parece un edredón y su infaltable chalina, porque, ya sé, el frío puede afectarte la garganta. Yo tenía hambre, pero como no había tiempo para nada, cogí un plátano a la volada y me lo embutí en dos patadas mientras Carolina terminaba de peinarse. Sí, mi amor, ese pelito corto te queda muy bien.

Felizmente mi mamá, quien nunca falla, ya estaba con Male, mi tierna ahijada, alistando las cosas en la cocina para darle de comer al bebe. André estaba dormido, bueno, en realidad estaba semidormido. Pero es igual, mi hijo tiene a veces el sueño pesado e imagino que a sus dos años, tres meses y diecisiete días solo debe soñar con su Hombre Increíble y las imágenes de Parchis que ve en el DVD todos los días.

Salimos sin perder más tiempo. La noche anterior habíamos tenido una discusión mayúscula, por decir lo menos, así que la conversación no era fluida, al menos de mi parte. Noté su intención de normalizar las cosas porque me contaba con entusiasmo cómo jugó en la tarde a las escondidas con André y nuestro vecinito Eduardo. Se reía como una niña. Pero yo no aflojaba. Seguro que cuando le compré su Sublime sintió que la había perdonado. Sin embargo, yo quería más calor en medio del frío de San Borja, quería que me pidiera una disculpa. Estaba herido o algo así. Bah, qué importa ahora eso.

A pesar de que soy católico, apostólico y romano, tenía confianza en que las palabras de un pastor gringo de nombre impronunciable y al que nunca antes había escuchado, ayudaran a ordenar las cosas. Así que le pedí una manito a Papalindo.

Entramos al coliseo que estaba semilleno. El escenario era similar al de un concierto de rock. A decir verdad, gran parte de la alabanza previa a la presentación del pastor era en rock. Carolina está tratando de encontrarse con Dios, sé que lo está logrando, pero, como le cuesta expresar sus emociones con la mirada, a veces lo dudo. Qué iluso. Fin del rock.

El gringo hablaba en inglés y un frenético traductor decía en castellano la Palabra. Entiendo tu desilusión, Carol. Esperabas una prédica sobre el valor de la familia como te habían prometido, pero solo repetían cosas que ya habíamos oído antes: que Dios nos da la libertad, que nunca nos abandona y todo eso que muchas veces olvidamos.

Y te aburriste, para variar. Por qué siempre me haces eso. Empezar algo con frenesí y al cuarto de hora poner cara larga. Por qué si eres bonita, hipotecas esa sonrisa linda por escapar de una situación que despierta tu impaciencia. Basta, por favor.

Entonces sentí que surgía la chispa que traería otra vez el incendio. Había hecho un esfuerzo para llegar temprano y ella ya se quería ir del coliseo, al toque, todo porque había mucho ruido y el traductor gritaba demasiado. No sé por qué, pero yo me amoldo a todo o al menos creo hacerlo. En fin, así es ella y así soy yo. Ella está aprendiendo a ser más paciente y yo a ser más práctico. Gracias, amor.

Preferí no comentar mucho su aburrimiento y estiré mi decisión de quedarnos o irnos. Gracias a Dios lo hice. Carol no replicó mi silencio, en cambio, dirigió de improviso su mirada -esa que casi siempre es inexpresiva- hacia unos pies minúsculos, solo abrigados por unas medias sucias.

Abrí bien los ojos para seguir los de ella y vi a una chiquilla a tres sitios de nosotros. La chiquilla cargaba con demasiado amor a un bebito que no solo tenía desabrigados los pies, también le faltaba una casaca decente y un baño. La niña, porque era casi una niña, estaba flaca igual que su hijo y no soltaba por nada del mundo una bolsita negra en la que llevaba los chocolates Yo-Yo que, como nos diría después, vendía desde las siete de la mañana con su hijo en brazos por las calles de Surquillo y San Borja.


Definitivamente Carol vio más que yo. Me quedé con la simple imagen de la pobreza, con la obvia cólera por tener que convivir en Lima con tamañas injusticias, con la pena por la ignorancia de personas como Marina -así se llama la joven mamá- que no se dan cuenta que un niño como Christian, el bebe de las medias sucias, no puede andar por la vida desabrigado y menos en su primer cumpleaños, porque eso nos dijo Marina, que el pequeño cumplía un año esa noche, algo que nosotros creímos sin chistar.

Carol no lo pensó dos veces e hizo un enroque maestro que me dejó en jaque mate. Me dijo que quería darle a la chiquilla las zapatillas del Hombre Araña que ya no le quedan a André. Y, claro, imposible negarse a eso, menos yo que a diario intentó avivar el fuego de la ternura en su corazón.

Ya no había excusa para quedarse en el Dibós y me dejé llevar. Carol salió del coliseo conmigo, con Marina y con Christian de yapa. Todos caminamos en medio del frío y el tráfico de la avenida Angamos rumbo al departamento.

Cuando llegamos le dije que mejor Marina espere abajo y Carol aceptó. Oh, sorpresa, no había nadie en casa. Mi mamá con Male habían llevado a André a comer a la casa de mi tía Liza, mi comadre. Carol, entonces, se apuró en buscar las zapatillas y yo, contagiado, le dije a Marina que suba. Y mi esposa, a la que, como dije, estaba recíén conociendo en esa faceta de bondad total, sacó las zapatillas del cuarto, una casaca amarilla, dos pantalones, dos polos manga larga interiores, prendas que ya no le quedan a André pero que mi señora guardaba con cariño para alguien más. También sacó un pañal, una pelota de Bob Esponja y un maletín para que Marina guarde todo y pueda llevarle ropita abrigadora al bebe cuando tenga que trabajar.

Repito, me contagié. Mientras intentábamos lavarle el cerebro a la abancaína en temas de limpieza infantil, responsabilidad maternal y lucha contra las infecciones respiratorias, saqué de la cocina un par de mandarinas y un tarro de leche, lo que Carol remató con un keke que había comprado para alguna visita inesperada. Todo entró en el maletín.

La hora avanzó y ya iban a dar las 10, así que agilicé las cosas y di la voz de mando para la retirada en busca de André. La casa de mi tía Liza no quedaba lejos, pero yo ya quería ir. Carol me entendió y bajamos con Marina y un Christian renovado y recontra abrigado. Me olvidaba, el lindo y sonriente bebe también se ganó con un par de chullos que André casi ni se puso. Ella se fue a tomar su carro a Ciudad de Dios y nosotros a esperar el Covida. Chau, Marina, regresa en Navidad, le dije.

Ya la había pedonado, pero Carol me habló con el corazón, sentados en la primera fila del Covida. La perdoné de nuevo y quizá te perdone siempre, mi amor, lo único que te pido es que recuerdes que amar es nunca tener que pedir perdón como escuché en una película. No sé aún cuál será mi limite o si lo tengo, cuánta será mi resistencia a los golpes de la vida, pero esas palabras tuyas en el Covida me hacen sentir que nunca te dejaré. Felizmente fuimos al Dibós porque al fin conocí esa alma buena y nada egoísta que muchas veces quieres ocultar. Y creo que me volví a enomorar. Ojalá dure.

Llegamos a la casa de mi tía y abrazamos a André, toqué el cajón de Male, mis padres bailaron a mi ritmo un valcesito picarón y tu reías otra vez como una niña. De ahí nos fuimos todos, incluyendo mi hermana Paola, a comer pollito broster en un puestito cerca del mercado a donde tantas veces fui de niño, frente a Villa Victoria. Todos riendo con André más despierto que nunca al borde de la medianoche. Daría todo porque esos momentos felices se repitan siempre.

Felizmente no te he conocido tarde, Carol, porque todavía nos queda mucho por vivir. Eres realmente buena, por más que digas lo contrario y te empeñes en parecer dura como piedra. Me voy a dormir tranquilo.

8 comentarios:

El Cuenta cuentos dijo...

Muy tierno, muy conmovedor, muy dulce... muy a tu estilo.
Felicitaciones y bienvenido al ciberespacio... verás que hay mucho por decir, y nuevas ilusiones por encontrar. Un abrazo y ya espero que pongas tu siguiente post para enternecerme (de nuevo).

Flor dijo...

Que hombre tan enamorado, se nota en cada palabra escrita, en cada oracion, se nota que tienes el amor presente cada dia y en cada momento eso es muy bonito, aunque no lo digas, se nota que amas esta vida que te toco vivir.
Espero mi querido Primo que siempre, siempre tengas el amor de tu lado, porque es muy bueno que te amen, pero es mejor Amar y entregar todo de ti..... asi que a entregar todo, sin esperar nada a cambio

Anónimo dijo...

Wowww... super nice la historia :) Así quisiera estar enamorada :) Kisses

La casita del principito dijo...

Me encanta Lucho como puedes redescubrir a tu esposa con gestos como este. Muy pocos tienen ese don. Felicidades!!!

Pedro Canelo: dijo...

Hey Luis Manuel,

Recuerda que el factor sorpresa es la principal vitamina para que no se debilite la fuerza del cariño.

Abrazos

Pedro
http://parasertesincero.blogspot.com/

Anónimo dijo...

Luis Manuel,
No es fácil encontrar a la puta nostalgia que todos llevamos dentro.
Tú, que lo haces por costumbre, deberías patentar la fórmula.
Largo el post pero una buena semilla para un cuento.

Anónimo dijo...

No amigos... aunque sé que seguramente estan esperando con inquietud, ardor y fervor algún comentario sarcástico de mi parte, de ninguna manera y por ningún motivo voy a darles en la yema del gusto; y, escribir que mi amigo Luchito Silva es un CURSI DE MIERDA!!!!!

QQFX: ¿No estarás relacionado o emparentado con el que escribió "Ladrón de bicicletas"?

Anónimo dijo...

Redescubrir y recaer es una constante, algo de todos los dias en un matrimonio. Por mas heridos que podamos estar despues de una discusion, siempre hay una pausa para continuar.. dar la vuelta a la pagina y... discutir, herir, redescubrir, recaer... en resumen: amar